Mourinho es a Guardiola lo que Lucifer a Dios. Quiere decirse que Mourinho es el segundo por antonomasia, signifique lo que signifique antonomasia. Por eso mismo, cada vez que pierde un partido, incluso cada vez que lo gana, vuelve a gritar non serviam, no serviré, en la rueda de prensa consiguiente. No serviré, no me humillaré, no me adaptaré al modelo de juego limpio dominante.
¿Hay otro modo de ser el primero cuando te ha tocado ser el segundo? Así como para llenar una hora es preciso vaciar cada uno de sus minutos, para alcanzar el éxito (un éxito no convencional) conviene acumular con avaricia los fracasos. Mourinho se equivocó empatando con el Madrid la semana pasada y ha vuelto a equivocarse ayer. A ver si rectifica y pierde el próximo. No se puede llenar el depósito del coche sin vaciar la cartera ni celebrar un funeral sin lamentar una desgracia. Para crear el mundo fueron necesarias dosis formidables de poder y cantidades imponentes de oligofrenia.
El mundo, como el fútbol, es una mezcla alucinante de autoridad e inconsciencia. Un equipo de fútbol no es la Telefónica ni Iberia. La gente no espera en Gran Vía la llegada de César Alierta ni sus directores generales se levantan a Shakira. El fútbol tiene (aunque no para mí, que soy un deficiente) el gen del arte. En el fútbol, como en la música, no se elige el lugar del éxito: te lo proporciona el azar.
Si te ha tocado ser Salieri en vez de Mozart (o Mourinho en vez de Guardiola), no tienes más remedio que cultivar una belleza áspera, rencorosa, una belleza fea. Un Mourinho amable sería tan odioso como un Luzbel beato. Mourinho debería construir un segundo capaz de convertirse en un primero alternativo. En cuanto a Guardiola, parece que se va, por aburrimiento sin duda, es decir, por las mismas razones por las que Dios abandonó a su suerte a este áspero mundo.
(Juan José Millás, El País, 22-IV-2011)