Eran otros tiempos.
Entonces si te llamabas hombre no podías apellidarte Gé, y permanecer en su coro podía llegar a significar una deshonra. Era como dudar de la hombría de uno, y entonces un macho debía definirse desde el principio y, por lo menos, hasta el final.
Entonces el socialismo era incluso obrero y, sobre todo, español.
Entonces los armarios estaban repletos de maricones, pero sin la gallardía suficiente para subirse a la carroza.
Entonces solía salir el sol a la hora de acostarse.
Entonces preferíamos reírnos de todo a llorar por nada.
Entonces preferíamos la música a la letra.
Entonces nuestras agendas de teléfonos eran servilletas de papel con promesas de amor que nadie quería cumplir.
Entonces la culpa siempre era tuya.
Entonces el verbo necesitar nunca nos sorprendía despiertos.
Entonces nadie dudaba en serio de la existencia Dios.
Si crees que no tengo razón ‘me iré por donde vine’, pero volver a reunirnos 20 años después en concierto Gé era sólo cuestión de tiempo.
Y fue como entonces.
Y David Summers puso a la peña de pie. Con su voz de tiple.
Y nos repartimos abrazos impares. Ellas a ellos. Menos a uno.
Y sacamos la imaginación contra la gris manía.
Y nos repartimos las tareas comunes: Unas con cola zero y otros con mucho güisqui.
Y nos metimos las normas dentro del bolsillo.
Y quisimos hacer lo que no se debe.
Y hasta se celebró el cuarto divorcio de los que se casaron de blanco.
Y disfrutamos casi tanto como en el siglo pasado.
Pero sin pantalones de campana. Y sin gafas de pasta. Y sin regla de tres. Y sin echar de menos la falsa erección matutina.
Por eso nos fuimos al Penta, juntos en expedición. Y casi ningún amigo se echó atrás.
¿He dicho ‘atrás’ otra vez? Pues eso, uno, dos y tres, y contando las baldosas al andar.
Porque el Vega también estuvo. Tan callando.
Y yo me cuadré ante el mural del fondo. El de Santa Teresa.
Y entonamos 'el generacional' a la hora del cierre.
El único no invitado que faltó a la cita fue el doble del enano de la Orquesta Mondragón. Pero nadie le echó de menos. Hasta la hora de pagar a escote la juerga.
Hasta otra, compañeros.