No me resulta muy difícil escribir la crónica de una noche de concierto en la que he sido juez y parte. Con reflejar lo que me venga en gana basta. Además, yo lo hago sin mucha luz y sin saber utilizar el taquígrafo.
Y ‘basta’ significa aguantarme un poco la respiración y no hacerle mucho feo a mis deseos. También ayuda ponerte a escribir vestido con un disfraz de aprendiz de impostor y, sobre todo, tener ganas de juntar la burla y la verdad, la antipatía y la simpatía, el rigor y el cinismo, porque es demasiado difícil quedarse seriamente a solas con uno mismo.
Lo bueno es que, si hoy falto a la verdad virtual, sólo me podrán contradecir los conspiradores que estuvieron allí. Bueno, y los honestos exs, que conocen perfectamente mis ciencias ocultas, incluso ausentes a 400 Km de distancia.
El concierto respondió a lo que todo el mundo espera de una noche cuando se juntan un Palacio de Congresos atiborrado, un sonido excelente, un disco redondo debajo del brazo y un pedazo de artista en el escenario.
Además nuestra expedición lo tuvo fácil, jugaba con ventaja, con el sistema métrico decimal en el olvido, con el tridente Ri revestido bajo la talla eme de señora, y con las canciones de Quique bien marcadas bajo la piel.
La del sábado fue una jornada de evasión y victoria y, mientras se cantaban los goles del Madrid bien cerca, la liga se marchaba bien lejos. Aunque de eso me enteré al final. Cuando a la salida del concierto me encontré al inconformista, al inmigrante, al turista y al intelectual; y tras ellos, a esa turba de aficionados infelices por haber ganado.
Hasta entonces me olvidé del fútbol, porque mientras escuchas a Quique nadie se acuerda de sus pastillas contra el desamor. Nadie prefiere los diretes a los dimes. Nadie se confiesa por no haber pecado. Nadie se para a pensar en ti. Nadie nos advierte que no hagamos lo que queremos hacer. Nadie nos recuerda la manzana de Eva. Nadie piensa que su hora está aún por llegar. Y nadie quiere irse con la música a otra parte. Salvo Nagel, que llegó tarde, frunció el ceño algo menos de lo esperado, y se fue pronto.
Dentro del Palacio los nuevos jóvenes seguidores del Daiquiri aplaudieron con entusiasmo, descubrieron sus caricias más ajenas, como recién llegados, como si hubiera acabado ya la guerra, como si hubieran ganado ya el jubileo, como si hubiesen abrazado ya al apóstol Santiago. El relevo generacional está servido.
Y tras el concierto tronó santa bárbara y quisimos tropezar con el Edén express, hasta que al final lo encontramos entre bravas y croquetas. Allí mismo de la nada floreció una especie de bolero de sonrisas llegadas del sur al norte, recuerdos de relaciones de ida y vuelta, traspasos amañados de oficina a central, amores mudos de conveniencia, y hasta proyectos de alta mar desde tierra firme.
Yo me quedé con las ganas de cometer algún exceso a favor de mi salud. Ya sabes de qué tipo. Y es que de exceso en exceso se sobrevive bastante bien. Se te acortan las penas y se olvidan unas cuantas normas. Por eso me gusta tanto abrazarme a melopea. Será a la siguiente. Eso espero.
Hasta el miércoles. Ya ha pasado un año.
2 comentarios:
Es difícil no comentar la jugada, tanto como contradecirte, salvo por las croquetas y las bravas, la parte más virtual de la crónica. El concierto, muy bueno, y un gustazo desgañitarse a coro con la fila 4. La 3 me falló por causas propias o ajenas; una pena, porque todos a una habría sido la leche! Y hemos llegado a la conclusión de que si Quique resulta algo frío es porque el chico es tímido; debe ser eso... A mí también se me quedó corta la noche. Hay que intentar que la siguiente sea pronto.
Casi un mes despues y tras haberlo meditado....sólo decimos que: se va a un concierto a disfrutar personalmente, no a que te hagan disfrutar, porque parte de la fila 3 te va a seguir fallando en los conciertos de Quique y la otra parte es rarita, ya lo sabes, puede que cante un día pero al otro no. A LA VIDAAAA!!!
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