Fieles al momento histórico de cada año, el esqueleto de la 9/97 se reunió en primera convocatoria poco antes de las 22 horas del pasado viernes.
El primer punto del desorden del día incluía algunos temas espinosos y estrictamente confidenciales. Se debatieron en la barra-coloquio tras el apretón y besamanos de rigor. Hicimos nuestro trabajo aparentando degustar una beck’s en el Roxy 63. Es cierto que no es un lugar de culto; ni siquiera aparece en el circuito de las grandes gestas de antaño, pero un IECA nunca deja las diversas sin cuadrar y éramos conscientes que allí estábamos a salvo de las garras del SITEL.
Con alguna aparente excusa también mantuvimos al margen a los Fernández, obligados a desempeñar en esta ocasión tareas de segundo orden. Y también cumplieron, tan callando, casi ausentes, como esa feliz pareja que descuenta los días para que sea oficial la rebaja en el impuesto de matriculación de su flamante nuevo utilitario, a tan solo dos números del Príncipe de Vergara donde se cocía el ser o no ser de algo.
Ahora no lo recuerdo, pero se mataron algunas moscas a cañonazos y se llegó a una conclusión importante. Y fue gracias al buen criterio de los dos pilares en los que se asienta la supervisión del futuro, Lombardero & Gasco, que ofrecieron puntos de vista de calado sobre la fuga del año.
Una vez transcurridos los 15 minutos de cortesía diplomática con la que siempre se espera a las novias, nos dirigimos a Doña Paca, un local de restauración para celebraciones familiares o comidas de negocio; elegante y bien puesto. Fue nuestro destino siguiendo una tenaz recomendación de Lombardero. A primera vista la media ‘on site’ era elevada. De la mediana y la moda no hablo porque ya no tengo claros los conceptos.
Y pasó lo que tenía que pasar. Que todo es mentira. La Lombardero negó que la Paca fuera el local de su vida. La Castillo negó que ya hubiera consumido graciablemente todos sus puntos degetés. El Carri negó que fuera un contable chupatintas. La Patri negó las artes deportivas de Candela y hasta los pantalones de campana. El Gasco negó los diez doceavos del gimnasio de Boadilla. Y yo; pues yo negué las playas de Huelva. Pero lo mío es distinto, lo mío no tiene arreglo y a veces confundo el azúcar y la sal.
Para los amantes de la estadística, si es que hay alguno, el ticket medio rondó los 50 euros, sin tasa de basura. Cayeron del cielo cuatro copas de balón, una de ellas rematada con light, otra con el nuevo caminante Johnny orientando sus pasos hacia la derecha, y dos santos griales. Se consumaron algunas promesas incumplidas, alguna negación de la evidencia, y al pedir la cuenta echamos de menos a la acabada Ripoll y a la ejemplar madre florero Belén.
Y sin tiempo para entonar cánticos regionales ni juramentos al clero y a la corona, la noche acabó con algunas fotos con las cabezas cortadas por el gran angular, que pasarán a engordar nuestro álbum de los buenos momentos.
¿Y del Penta? Ni escuchar. Ha empezado la tregua. Hasta poco.
El primer punto del desorden del día incluía algunos temas espinosos y estrictamente confidenciales. Se debatieron en la barra-coloquio tras el apretón y besamanos de rigor. Hicimos nuestro trabajo aparentando degustar una beck’s en el Roxy 63. Es cierto que no es un lugar de culto; ni siquiera aparece en el circuito de las grandes gestas de antaño, pero un IECA nunca deja las diversas sin cuadrar y éramos conscientes que allí estábamos a salvo de las garras del SITEL.
Con alguna aparente excusa también mantuvimos al margen a los Fernández, obligados a desempeñar en esta ocasión tareas de segundo orden. Y también cumplieron, tan callando, casi ausentes, como esa feliz pareja que descuenta los días para que sea oficial la rebaja en el impuesto de matriculación de su flamante nuevo utilitario, a tan solo dos números del Príncipe de Vergara donde se cocía el ser o no ser de algo.
Ahora no lo recuerdo, pero se mataron algunas moscas a cañonazos y se llegó a una conclusión importante. Y fue gracias al buen criterio de los dos pilares en los que se asienta la supervisión del futuro, Lombardero & Gasco, que ofrecieron puntos de vista de calado sobre la fuga del año.
Una vez transcurridos los 15 minutos de cortesía diplomática con la que siempre se espera a las novias, nos dirigimos a Doña Paca, un local de restauración para celebraciones familiares o comidas de negocio; elegante y bien puesto. Fue nuestro destino siguiendo una tenaz recomendación de Lombardero. A primera vista la media ‘on site’ era elevada. De la mediana y la moda no hablo porque ya no tengo claros los conceptos.
Y pasó lo que tenía que pasar. Que todo es mentira. La Lombardero negó que la Paca fuera el local de su vida. La Castillo negó que ya hubiera consumido graciablemente todos sus puntos degetés. El Carri negó que fuera un contable chupatintas. La Patri negó las artes deportivas de Candela y hasta los pantalones de campana. El Gasco negó los diez doceavos del gimnasio de Boadilla. Y yo; pues yo negué las playas de Huelva. Pero lo mío es distinto, lo mío no tiene arreglo y a veces confundo el azúcar y la sal.
Para los amantes de la estadística, si es que hay alguno, el ticket medio rondó los 50 euros, sin tasa de basura. Cayeron del cielo cuatro copas de balón, una de ellas rematada con light, otra con el nuevo caminante Johnny orientando sus pasos hacia la derecha, y dos santos griales. Se consumaron algunas promesas incumplidas, alguna negación de la evidencia, y al pedir la cuenta echamos de menos a la acabada Ripoll y a la ejemplar madre florero Belén.
Y sin tiempo para entonar cánticos regionales ni juramentos al clero y a la corona, la noche acabó con algunas fotos con las cabezas cortadas por el gran angular, que pasarán a engordar nuestro álbum de los buenos momentos.
¿Y del Penta? Ni escuchar. Ha empezado la tregua. Hasta poco.
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