Aquí vuelvo, fiel a mi
cita más anual. Aunque esta vez es algo diferente.
Porque mi primera
intención fue escribir otra carta de recuerdo al Vega utilizando algunas de mis
palabras de colores.
Pero al final preferí
utilizar mi incolora paleta de blanco y negro, para mostrar su memoria con
reflejos de vida y vuelta, repleta de penas con pan, de abeles devorando caines, con sombras grises en
color.
Porque también he de
confesar que no sé cuántas de sus canciones habré escuchado en el último año.
Seguramente menos que el año anterior. Y no es que haya aprendido a vivir lejos
del sitio de mi recreo, sin el eco de sus infinitos campos. Y tampoco es que me
haya mudado de planeta musical.
Quizá sea porque ya no veo
su muerte con dolor; o porque ya no tengo el duelo metido en el cuerpo......es
más, al contrario, puede que ahora empiece a entender lo que significa tener un
ojo abierto y el otro en paz.
Puede que ahora me pierda
entre palabras que no quiero escribir. Puede que ahora experimente una
sensación que se parece bastante al placer. Pero no a un placer de colores.
Sino a un placer de seda y hierro.
Es una especie de placer
completo e incompleto, similar al que se siente al contratar sexo sin amor,
similar al que le provocan los celos al enamorado, similar al que siente el
ejecutor de un crimen pasional.
Y aunque también me
gustaría seguir vegando por nuevas canciones, me consuelo
imaginando a Antonio durmiendo en la nada eterna, despertándose cada día en una
vida mejor, rodeado de interminables cabos sueltos y de una música celestial de
fondo.
Imagino al Vega apegándose
con fuerza a su nueva forma de vida, haciendo de la indisciplina su religión;
sin moverse del sitio en el que se detuvieron sus pensamientos y sus recuerdos,
y experimentando una vieja felicidad que nunca se acaba.
Imagino a ese Antonio de
tantas canciones, sin necesidad de revivir pesadillas con su particular
monstruo detrás, olvidando al fugitivo que se rodeaba de anónimos veguistas de carne y hueso.
Vega era un hombre de
talento superior, que encontraba en la vida aquello que menos sentido tenía, el
ansiado fruto de la relatividad, y que era capaz de expresarlo a través de su
música, con una sensibilidad que nos provocaba un vaivén de emociones difícil
de olvidar.
La muerte lo visitó el 12
de mayo de 2009 y, tres años después, sigue existiendo para nosotros una única
'forma de parar el tiempo', y gracias a esas canciones yo siempre encuentro la
excusa perfecta para hacer que mi ca, ca, ca, cabeza siga dando vueltas
persiguiéndote.
SiempreVega