domingo, 12 de mayo de 2013

Cuatro años sin el Vega

La ciudad del Vega amanece cada doce de mayo iluminada a oscuras, con los suburbios ochenteros enlutados. Y los años siguen pasando como si tal cosa. Y como si tal cosa yo sigo recordando y escuchando aquellos susurros en voz.

Y eso que a veces suenan a lo lejos murmullos, voces sin ningún matiz, sin color. Voces que tratan de ser oídas por encima de otras. Voces que intentan hacerse comprensibles.

Pero nada nos recuerda aquella voz, una voz diferente, una voz que murió en su garganta, una voz que poseía una atracción especial.

En un día como hoy yo vuelvo a recordar al Vega, con su gesto comprensivo, sin sonrisa. Recuerdo al Vega que no sabía decir te quiero, pero te quería. Recuerdo al Vega que nunca caía de pie, aunque le salieran bien las cosas.

Y recuerdo las letras de sus canciones, unas letras que se hacían entender sólo hasta donde quería ser entendido, unas letras llenas de enormes intimidades, incomunicables.

Ahora nos queda velar por sus canciones, para que Antonio no muera dos veces, para que se mantenga tan intangible como siempre, para que sigamos creyendo en reconstruir sueños rotos, para que su música siga brillando sin destellos ni rasgos, pero con su vitalidad interior.

Y como gracias a su música seguimos felizmente perdidos, con una sensación de libre abandono, yo sigo buscando a menudo la parte del firmamento que le corresponde.

Hasta poco.

SiempreVega