Y eso que a veces suenan a
lo lejos murmullos, voces sin ningún matiz, sin color. Voces que tratan de ser
oídas por encima de otras. Voces que intentan hacerse comprensibles.
Pero nada nos recuerda
aquella voz, una voz diferente, una voz que murió en su garganta, una voz que
poseía una atracción especial.
En un día como hoy yo vuelvo
a recordar al Vega, con su gesto comprensivo, sin sonrisa. Recuerdo al Vega que
no sabía decir te quiero, pero te quería. Recuerdo al Vega que nunca caía de
pie, aunque le salieran bien las cosas.
Y recuerdo las letras de sus
canciones, unas letras que se hacían entender sólo hasta donde quería ser
entendido, unas letras llenas de enormes intimidades, incomunicables.
Ahora nos queda velar por
sus canciones, para que Antonio no muera dos veces, para que se mantenga tan
intangible como siempre, para que sigamos creyendo en reconstruir sueños rotos,
para que su música siga brillando sin destellos ni rasgos, pero con su
vitalidad interior.
Y como gracias a su música
seguimos felizmente perdidos, con una sensación de libre abandono, yo sigo
buscando a menudo la parte del firmamento que le corresponde.
Hasta poco.
SiempreVega