lunes, 25 de febrero de 2013

«Antonio Vega era el mejor»

Al borde de los 40 años, Quique González es un artesano de canciones que ha alcanzado un considerable grado de maestría en su oficio. 'Delantera mítica' es un trabajo que versa sobre la amistad, cuidadosamente planeado por el madrileño y su mano derecha, César Pop, y construido en Nashville (EE UU) con un productor y unos músicos de nivel. El resultado bebe tanto del sonido clásico del rock norteamericano como de los mejores compositores españoles de las últimas décadas: «Yo cogí una guitarra por culpa de Antonio [Vega], Enrique [Urquijo]y Joaquín [Sabina]», explica González, con un café en una mano y un cigarrillo en la otra.
-Nombra a Antonio Vega, cuya huella es patente en temas como 'No hagas planes'.
-Estaba haciendo la canción y me encontré un día a su hermano Carlos, y le dije: «Tengo un verso en un tema que viene de tu hermano». Siempre he sido muy muy fan de Antonio. Antonio al 20% era mejor que todos.
-Algunos artistas y grupos jóvenes españoles citan a Quique González como referencia. ¿Ve su huella en la obra de otros?
-A veces me dicen que me parezco a gente y no lo veo ni por el forro. Pero qué duda cabe que me gustaría dejar huella. No lo pienso mucho. He tenido mucha suerte con el respeto de mis compañeros de profesión. Es un premio.
-En Nashville ha grabado con músicos que han tocado en discos de algunos de sus mitos. ¿Se sintió intimidado?
-No, qué va. Son muy majos, no te chulean. Al contrario, están agradecidos de que les llames para tocar. Tienen algo además muy instintivo: todos tocan para la canción, no para lucirse.
-¿Qué importancia ha tenido César Pop en el álbum?
-Fundamental. Yo le digo de coña que me ha salvado el disco. En algunos momentos no estaba muy seguro de lo que hacía, no acababa de redondearse. Y César me ayudó, tenemos mucha química. He encontrado un buen socio.
-Leiva ha colaborado con usted.
-Leiva tiene mucho ojo, y las dos canciones en las que metió mano lo necesitaban.

La Verdad

domingo, 10 de febrero de 2013

Delantera mítica

Salen a la luz algunas fotos que permanecían hasta el momento en el más estricto economato. La entrada para verlas es libre, incluso en estos tiempos en los que hasta para entrar en el manicomio hace falta recomendación.

Si te fijas sin atención en las imágenes detectarás con esfuerzo algunas arrugas en la ropa, no sé si casuales o hechas a propósito. También verás algún heredero desheredado. Y algunas voces varoniles aflautadas.

A pesar de ello seguro que a todos los retratados les tienes cariño. Porque tener un cariño no impide tener muchos. Por eso te puedes mirar en ellas como en un espejo invisible.

Besos impares y abrazos sin brazos.








sábado, 9 de febrero de 2013

Mis cardinales (22)

Ya está de regreso Quique. Este es el adelanto de su nuevo cedé, llamado ‘delantera mítica’. Reconozco que no me ha cautivado, ni siquiera tras escucharla varias veces. Quizá Quique se haya dejado la genialidad sumergida en el daiquiri blues.

Pero, ¿qué es la genialidad? A veces es solo la diferencia. O una zancada distinta. Algo que pasa y no te enteras si no estás atento. La mayoría de las veces es algo que sólo se sabe 100 años después.

lunes, 4 de febrero de 2013

Mis cardinales (21)

Puede que sea un solomillo de buey. O un apodo de la nueva perla del fútbol argentino. O una parte íntima del cuerpo de la mujer.

En realidad no sé a qué se refiere Iván Ferreiro cuando habla de turnedo. Quizá se refiera a la cosa más importante de entre las menos importantes. O quizá sea sólo un invento de un inventor.

El caso es que es un pedazo de canción. Y no creo que esté ahí puesta por casualidad. Lo que sí sé es que a mí me vale tanto de paño caliente como de remedio casero.

viernes, 1 de febrero de 2013

Míster 43

Este año, para celebrar mi viejo cumpleaños, en vez de mandarme una autofelicitación como la del año pasado, me he dedicado una especie de serial.

No es que vaya a publicarlo en incómodos fascículos, pero sí agruparé mis historias, así, si te aburre alguna, o todas, o no tienes tiempo para leer, te ahorrarás bostezos, mentiras y cintas de vídeo.

La serie comienza hace más de cuarenta años y, al protagonista, le gustaría contarla así.

MI AUTOPRÓLOGO

Hoy me doy cuenta de lo deprisa que pasaron mis primeros 43 años, con sus letanías, con mis retahílas y con tus locuciones. Y quizá por eso hayan venido a felicitarme algunos recuerdos del pasado.

Y, para compartirlos conmigo, imitaré al narrador de 'Todas las almas', de Marías, utilizando la primera persona del singular para escribir lo que vi o lo que me ocurrió, aunque las más de las veces no me identifique en absoluto con lo que yo mismo viví, porque las historias pasadas se van confundiendo las unas con las otras, y el resultado suele ser que, cuando uno quiere recordarlas, no puede.

MI AUTOBIOGRAFÍA

En mis primeros años de existencia tengo la sensación de que me dio tiempo a experimentarlo casi todo; unas veces me tocó vivir la vida a todo trapo, y otras, en cambio, me tocó verla como si fuera una vida ajena a través de ventanas sin vistas al mar.

A veces me faltó tiempo para cambiar de residencia fiscal, y otras para cambiar las juergas obligatorias por el trabajo involuntario. A veces tuve tiempo para vivir las noches por delante, y, en épocas de incertidumbre, dudé entre ponerle media vela a Dios o Dios al diablo.

Y, sin darme cuenta, algunos días me llovió a mares, y me nevó sin copos, y los árboles me florecieron y después me secaron de raíz. Y recorrí en círculo miles de callejones sin salida, y tuve intermitentes priapismos de disparatado placer.

En esta travesía fui testigo que llegó el fax, que se fue el fax, que alguien inventó el correo electrónico, que desaparecieron las máquinas de escribir y con ellas la magia de las novelas sobre el alma humana.

También hace muchos años aprendí a aborrecer la leche, pero no sus derivados; los futuros, las opciones y los swaps sobre el líquido blanco de la ubre.

Durante este camino soplé velas por mis cumpleaños pares, leí decenas de novelas impares, las clasifiqué por orden analfabético, las desclasifiqué por el poso que dejaron dentro de mí, atravesé cientos de resacas en tierra firme, y di cuenta de miles de güiscolas llegados de ultramar.

También me dio tiempo para viajar en avión, para soñar en el tren, para maldecir el coche, para ir a cumplir con la patria, para volver sin ella, para sufrir decepciones, para provocarlas, para recibir premios, para sentir apremios, para caer enfermo y para levantarme insano.

Y por el camino aprendí a sufrir, desaprendí a correr, me reí de mí, lloré contigo, fui lo que no era, nunca soñé ser lo que no soy, incluso algunos días me sentí muy feliz al levantarme de nuevo.

También recuerdo que en una etapa cercana de mi vida me convertí a los antiinflamatorios, y que firmé manifiestos anónimos buscando una forma de entenderlos.

A veces me dio tiempo para querer para siempre. Otras veces estuve en horas bajas e hice testamento vital. Incluso en ocasiones manifesté firmeza ante los ilusionistas de la fe.

Y, en las horas más felices, me dio por escribir el prólogo de mi testamento póstumo. 

MIS PADRES

De mis padres creo que no he escrito nunca nada en el blog. Pues no veo mejor momento que éste para poner negro sobre lo más blanco.

Porque mis padres son mi norte y mi sur, mis vidas y venidas, mi barlovento y mi sotavento, el ombligo de mi mundo, el cristal con el que miro, mis reyes magos de occidente, mis verdades más piadosas, la mayor alegría de mis alegrías y las mejores medallas que nunca gané.

Mis padres son como el amor que nunca pasa de moda, el querer como es debido, una parte del paraíso cobrada por anticipado, el equipaje que nunca te pesa, el maquillaje del fin del mundo, el pan de mis penas, mi hogar allá donde vaya, mi única religión creíble, y la parte más dulce de mis amarguras.

Antes de seguir mi recorrido autobiográfico, queda dicho que este anuario de todas mis vidas va dedicado a ellos, mis padres, los verdaderos narradores de mi existencia.

MIS IRREFLEXIONES

Entre mis recuerdos hoy conviven miedos que viven cerca de mi tuétano, como esas pesadillas en las que preciso de una gruesa sonda para ayudarme a orinar, o esas otras en las que empiezo a notar demasiada frecuencia en las micciones diarias, acompañadas de un pasajero escozor subterráneo.

O las peores de todas, aquéllas en las que el médico en prácticas del vecino de abajo me aconseja prevenir el mal con un bienintencionado tacto rectal.

Por eso reflexiono cada día sobre mis cotidianas entretelas, las de la mitad de mi pasado y, sobre todo, las de la mitad de mi futuro. Y eso que confieso que hace tiempo aprendí que no hay que intentar entenderlo todo, sino solo la mitad de lo más importante, la décima parte de lo más cercano, en definitiva, solo lo que acaba justo donde empiezan tus pies.

Será esa la causa de que suela tener suficiente con lo que veo con mis propios ojos, y que pocas veces intente enterarme de lo que ocurrió a mis espaldas. Incluso a ratos hago esfuerzos humanos por no enterarme de las cosas de las que tuve la suerte de no enterarme.

MIS COSTUMBRES Y MANÍAS

Como cualquier ciudadano septentrional desconfío casi siempre de lo meridional. Y como cualquier expatriado dentro de las fronteras de su patria, imagino una patria ideal a la que poder echar de menos.

Quizá por eso no me guste jurar con los juramentos habituales de la tierra. Ni con los del mar. Yo prefiero abjurar en falso sin motivo.

Aborrezco las semanas con siete lunes. Yo soy más de los jueves y de las vísperas de juergas de guardar. Y felicito a los que triunfan, pero solo si lo hacen en época de derrotas. 

Me gusta escribir autorretratos al portador, como si fueran ajenos a mi voluntad. Y no suelo conjugar los adjetivos con el futuro, sino con el pretérito imperfecto.

No me gustan las realidades previsibles, porque pienso que no hay nada menos previsible que la realidad. Y distingo el babor del estribor sin problemas, pero solo cuando diviso de cerca la tierra firme. 

A veces le pongo al buen tiempo mala cara, pero solo por verle la cara y la cruz a la contradicción. Y, como ya no llevo puesto el babi de la safa, ni oigo el sonido constante de aquellas risas invisibles, no me queda otro remedio que ahorcarme cada mañana con el nudo de la corbata e intentar, sin quererlo, bordar el paripé.

Y siguiendo con los juegos de tiempos y palabras, ya sabes que yo soy de los que disfrutan con los marzeos de mayo, con los caminos en círculos, con los barones afeminados, con los vellos por dentro, con los martes del dos mil trece, y con el amor que se profesan los enemigos íntimos.

Pero, a cambio, soy de los que distinguen el verbo infligir del infringir, aunque a cambio coloco la hache muda en las conversaciones cotidianas con relativa facilidad.

Y, para confundirme aposta, si me dan a elegir entre brindar y blindar, o me tomo un par de copas para decidir, o hago lo mismo que hace con las erres el chino mandarín.

De los pasados abrazos sin brazos también me acuerdo; por eso a menudo suelo acordarme de las tempestades que me tocó vivir, porque las cosas mal hechas que no se recuerdan, corren el riesgo de volverse a repetir.

Para terminar. Muchas veces me acuerdo de aquel médico que siempre les pregunta a sus pacientes que en qué parte de su cuerpo viven. Yo siempre le respondo que vivo en la rodilla, al menos por las mañanas y por las tardes. Por las noches me suelo ir a dormir para biodescodificarme, aunque en las largas noches de insomnio prefiero atizarme un par de güisquis para mostrarme a mí mismo quién manda en mí.

MIS AMISTADES

De la amistad con mis amigos prefiero no hablar, porque es tan invisible que casi nadie la puede ver, porque está llena de acuerdos tácitos, de primeros excesos, de falta de remordimientos, de vocaciones realizadas y de enormes letras pequeñas.

Porque es tan intangible que no desaparece aunque la dejes de usar, porque es tan fiel que nunca te quiere cambiar, y porque es tan infalible que nunca te falla, con o.

Supongo que los cimientos de la amistad provengan de aquellos tiempos en los que los problemas del mundo se dirimían sin prisas, pero con seriedad; no como ahora, que los jóvenes dedican su ocio solo a hablar de bellas mujeres y de maravillosas frivolidades.

Entonces no, entonces en los bancos del Sardi se discutía con ardor sobre las últimas decisiones tomadas por el Senado, sobre la debida armonía entre el capital y el trabajo, o sobre el problema del paro como mal endémico del país.

Será que el mundo cambia o, como dicen los cuarentones de hoy en día, será que los tiempos han dado un viraje radical.

MIS CREENCIAS

Si me preguntas por mi parte más carnal, te diré que no le rezo a nadie, porque no tengo fe en lo que no se ve. Y tampoco creo en el destino, y mucho menos si se apellida divino.

Al contrario, creo más en realidades palpables como el libre albedrío, el sentido del tumor y el enfisema pulmonar, la sangre rica en plasma y las prótesis de rodilla hechas de titanio enriquecido y, sobre todo, creo en los baipás que devuelven la vida a los hombres sin corazón.

Porque yo pienso que el alma humana es la parte más noble del hombre, la cosa de menor precio y de mayor valor.  Y eso que tampoco la veo. Ni la conozco. Ni puedo tocarla. Y tampoco creo que nada divino nos la haya concedido.

Pero estoy convencido que nos sirve para fabricarnos la felicidad eterna, como aquel líquido fabricado por el alquimista de Coelho, capaz de prolongar muchos años la existencia, capaz de distinguir lo falso de lo falsificado, lo honrado de lo honesto, la verdad de la única verdad, la mentira del resto de mentiras, y las tentaciones del resto de las inconfesables tentaciones.

MIS LETRAS

De la ficción de la vida siempre me decanto por las novelas basadas en hechos reales, sobre todo si los hechos reales proceden de sucesos completamente imaginarios.

Pero no me gusta lo que suena a novelesco, y mucho menos lo que se escribe sobre ello, como los espejismos que se materializan en los horóscopos, donde las personas encuentran historias sobre todas las cosas, o aun peor, donde encuentran toda clase de vínculos irreales con su propia existencia.

Y hablando de letras, aunque te lo parezca, no es fácil escribir sobre uno mismo. No es un trabajo como cualquier otro, pues, aunque también requiere esfuerzo y dedicación, has de vences tu íntimo sentido del pudor.

Por eso un señor insoportable que llevo dentro me reprocha a menudo que no me dedique a escribir obras maestras, en lugar de escribir esta biensonante entrada para un blog familiar.

Y hay días que pienso hacerle caso al insoportable. A veces pienso que sí, que debería escribir una obra maestra, porque a partir de entonces viviría mejor.

Porque me convertiría en mi propio empleado, porque ya no tendría que mandar, porque me bastaría con no obedecerme a mí mismo, porque disfrutaría con los altibajos de mis ingresos, porque me acostaría a la hora de levantarme, porque se me levantaría a la hora que yo no quisiera, y porque sería admirado por mis defectos y por mis salidas de tono.

Pero luego se me aparece en sueños un hombre con traje gris que también vive dentro de mí, y me muestra un libro nocturno de contabilidad, y lo abre por la cuenta de resultados, y yo, dormido, comparo sus millones con los de la competencia, y con los del año anterior, el de 2012, cuando yo descumplí 41 años para cumplir 42.

Y entonces me olvido de la obra maestra. Y del color de mi traje. Y de mis defectos. Y de mis altibajos. Y acabo con el lápiz en la oreja abrazado a números ajenos.

MI AUTOEPÍLOGO

A pesar del número que indica mi edad, y de la crisis de los olvidados cuarentas, no he cambiado recientemente de colonia, ni de ropa interior, ni de peinado.

Y tampoco he cambiado, y creo que no cambiaré nunca, de gusto musical. Por eso, si me dan a elegir entre los cinco latinos, los tres sudamericanos y el dúo dinámico, siempre me quedaré con Antonio Vega, ese chico triste y solitario.

Dentro de un año cumpliré 44. Hasta entonces. Nos vemos. Y yo que lo vea. Y tú que lo leas.

SiempreVega