viernes, 31 de agosto de 2012

Raros e infelices

146.       Los hay raros, porque les llena el derroche sin medida. Los hay infelices, porque les vacía la medida del derroche.

147.       Los hay raros, porque desean lo infinitamente grande. Los hay infelices, porque desean lo infinitamente pequeño.

148.       Los hay raros, porque juegan a escuchar el eco de sus penas. Los hay infelices, porque juegan a acallar el eco de sus alegrías.

149.       Los hay raros, porque están cansados de perder amigos. Los hay infelices, porque no están cansados de ganar enemigos.

150.       Los hay raros, porque sueñan con momentos que paran el tiempo. Los hay infelices, porque sueñan con pausas que aceleran el tiempo.

domingo, 26 de agosto de 2012

Armstrong

....y la agencia de dopaje americana intentando quitarle sus 7 tours... qué lamentable.

Foto del mensaje

lunes, 6 de agosto de 2012

Quién pudiera reír como llora Chavela

Andaba dibujando en un cuadernito, una costumbre que recién adquirí, cuando vi por la televisión, encendida sin sonido, la imagen de Chavela. Di voz al aparato. Se nos fue, escuché. Y me cogió un llanto irreparable. Lo que nunca me había sucedido. Siempre me culpé por no ser capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero esta vez me venció el desconsuelo. Yo nunca me tomé copas con mis ídolos: Bob Dylan, Leonard Cohen o Brassens. Y sí con Chavela, con la que he cantado, nos hemos abrazado y reído hasta hartarnos. Todas esas veces cuentan y contarán siempre entre las más grandes cosas que me han sucedido en la vida.

'Siempre me culpé por no ser capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero esta vez me venció el desconsuelo'
Será difícil, por ejemplo, olvidar cómo la conocí. Fue una noche de hace unos 20 años, en Madrid, en la sala Morasol. Dijo: "Yo vivo en el bulevar de los sueños rotos". Y yo tuve que escribirle una canción con esa frase. Ya se había recuperado de su alcoholismo. Calculaba que había bebido algo así como 1,8 millones de botellas de tequila y solía decirme cuando me veía beberlo a mí: "Joaquín, ese tequila tuyo es muy malo; el bueno de verdad ya nos lo bebimos José Alfredo Jiménez y yo". Al conocer la triste noticia, que todos veníamos anticipando, he sentido la necesidad de bajar al bar a tomar uno a su salud, aunque el brebaje sin ella siempre será de los malos.
'Dijo: Yo vivo en el bulevar de los sueños rotos. Y yo tuve que escribirle una canción'
Aquella primera vez, pedí a Pedro Almodóvar que nos presentara. Al acercarme, escuché cómo él le contaba quién era yo, pues Chavela no tenía la menor idea. "La admiro desde niño", le dije. "Yo también le admiro mucho a usted", contestó. Ante la mentira, exclamé. "Vete a la mierda". Nos fundimos en un largo abrazo del que nunca nos libramos hasta ayer mismo, incluso aunque no pudiéramos vernos en su última visita a España, un viaje que quizá no debió hacer, pues no estaba en condiciones. Entonces, yo estaba de gira y a ella la ingresaron en un hospital.
'Unos cojones y unos ovarios nunca vistos en la música popular'
Con su desaparición, se pierde una manera de cantar llorando, un quejío inigualable, una expresividad fuera de lo común. Unos cojones y unos ovarios nunca vistos en la música popular desde la muerte del bandoneonista Ricardo Goyeneche. Ella no vendía una voz, vendía un estilo. Era una maestra en perder la primera al tiempo que ganaba lo segundo. Algo en lo que yo, sin duda, tengo mucho que aprender. En estos momentos de pérdida me digo: ¡Quién pudiera reír como llora Chavela! Y recuerdo algo estas palabras de Almodóvar: "Desde Jesucristo, nadie ha abierto los brazos como ella".

Joaquín Sabina

viernes, 3 de agosto de 2012

Buenas vacaciones

Me gustan mucho los articuentos. Ya sabes, ese género literario que trata de extraer de la realidad su lado más irreal. Y me gustan porque, en ocasiones, la única manera de soportar la realidad es evitándola. 

Y no se me ocurre mejor manera para conseguir evitar lo inevitable que sumergirme en las carnosas nubes de los articuentos, más si se leen mientras te tuestas por el día y te cueces por la noche. En verano, mayormente.

Y también me gustan mucho los diarios. Ya sabes, ese género literario que relata los pormenores de vidas vividas de manera especial, pero contadas en forma de relación histórica de lo que ha ido sucediendo todos los días.

Porque a nadie se le ocurriría publicar un diario de monotonías, ¿verdad? Sobre todo porque es muy difícil contar los días cuando todos se parecen. Unos, dos, tres, nueve, quince, y así hasta sesenta y nueve. De ahí que casi todos los modernos blogs naufraguen en tormentas de redundancia.

Pero cuando más me gustan los diarios es cuando no se escriben a diario, sino muchos días después de lo sucedido. Así el autor se convierte en un ser escasamente moderado, obligatoriamente desmemoriado y sin conciencia real de lo sucedido.

Así el autor se transforma, gracias al olvido, en intérprete de su propia vida, como si representara un papel de ficción, pero de sucesos que le suenan muy reales.

Si tengo tiempo y ganas, cuando pasen unos cuantos años, escribiré lo bien que me lo pasé en las vacaciones del mes de agosto de 2012. 


De momento me voy a la playa a tostarme al sol y a remojar las ideas ayudado por el bosón de Higgs.

Que paséis buenas vacaciones. Y tú que lo cuentes. Y recíprocamente y viceversa.