lunes, 3 de marzo de 2014

Los cuarenta de Diegol

Con él llegaron los trastornos digestivos y las intrigas palaciegas; los amores de alcoba y las enfermedades más graves; los dioses de las agonías y los juegos de azar.

También se ocupó de traerse consigo la apoteosis rutinaria y la embriaguez más lúcida; los sacerdotes sin credo y las letanías sin destinatario; los funerales con hecatombes y el peso del escalafón.

Y yo, hace tiempo, tampoco mucho, me travestí de gordo por fuera y calvo por dentro. Fue sólo un juego de espigado espadachín, un juego de subcabecera sin funciones; una especie de juego de compañeros al estilo Hernández y Sijé.

Y, por eso, aunque él sea más de cohetes y de fairys, hoy le canto las cuarenta en copas. Y lo hago apoyado en su perfil biográfico, consciente de la agonía que persigue a cada nuevo cuarentón.

Por eso no creo equivocarme mucho si digo que Diegol sigue teniendo pesadillas con la aluminosis y el amador de sus manos, con las recalibraciones chilenas y con los intrusos del departamento tres. Y que, si le das a elegir entre hablar en público o morir dignamente, no dudará en suicidarse sin dolor para no tener que elegir.

Tampoco me sentiré herrado, con hache, si digo que cada vez que le nombran el valor razonable recuerda el inspector que fue. Y que cada vez que ejerce de tutor, lo hace con mucho sentido del tumor. Y que cada vez que guarda un secreto a voces, luego se tiene que confesar.

De las religiones en oferta siempre elige la más carnal, porque su adn es idéntico al de don Hilarión, y porque le sube el colesterol a mil cuando enfila un tirachinas a traición.

En lo que a la razón se refiere, su ración preferida es más de culo que de tetas, aunque en tiempos de crisis no le hace ascos a una desconocida milf recién operada.

Solo le imagino tecleando tres uves dobles para deleitarse con entrevistas de trabajo online. Para derramar la ansiedad sobre la consciencia y para ponerle la guinda al pastel de vivir.

Y cuando sueña dormido lo hace con un mundo ancho de caderas y repleto de mentiras piadosas, aunque cada mañana el espejo le escupa a la cara la verdad más oculta de su cruz; la de un tipo anormalmente humano, que ejerce de agente social sin vocación, obligado a disfrazarse de alguien que no se parece mucho a él.

Un tipo paradigma de la ambigüedad deliberada, que le dice a cada uno lo que quiere oír. Que piensa con el pensamiento de todo el mundo. Porque Diegol es un tipo capaz de hacer que parezca oro lo que no es, capaz de barajar para ti el tocomocho y el calambur, capaz de hacerte creer que tu problema es menos grave que su solución, capaz de hacerte creer que es más incapaz que tú, y capaz de mentirte con pasión solo por compasión.

Y es de las personas que no sabe conjugar el verbo negar en primera persona, por eso suele premeditar a solas sus venganzas silenciosas, como los saltos del escalafón. Y por eso renuncia a disertar sobre el peso del vacío, porque es lo que más le pesa.

Si yo te dijera cómo es empezaría por lo que no se ve, pues de su melena de joven solo queda su aversión al casco ciclista y un viejo peine de plástico escondido en un impresentable neceser.

Y ya sea festivo de diario o fiesta de guardar suele planchar la oreja a las 22h de la madrugada, salvo que el pepteam le regale un par de horas de sueño despierto. Y como liberal moderado que dice ser, huye de los extremos más extremos, salvo que le beneficien radicalmente.

La casa de sus sueños no paga IBI y está lejos del Bronx de Sanchinarro; pero tampoco le gustan demasiado las vistas al mar; él prefiere pista de pádel, plasma con hache dé y canal plus sin cuotas, y con piscina de cloro orientada al anillo ciclista de Madrid.

En sus próximos 40 años terminará los episodios de Galdós y seguirá pensando en el Trinche en el que se convertirá; entonces, aunque sepa distinguir babor de estribor, y sotavento de barlovento, seguirá confundiendo las batallas de San Vicente y Trafalgar.

En su nevera se encierra un mundo lleno de sucesos. Un conjunto de tentaciones sin camino de vuelta. Y en su alma lleva escondido un cajón de sorpresas repleto de vida secreta.

De los tres paraísos conocidos por el hombre, el suyo lo coloca siempre en la tierra. Por eso, ni busca parcelas en el cielo, ni intenta solucionar sus problemas a base de promesas incumplidas.

Todavía le quedan dos mil jueves por delante, y otros grandes momentos compartidos por detrás. Y por eso yo lo celebro y le felicito porque, cada vez que me acuerdo de él, hace que mi vida sea más familiar.

Ahora vas y lo metes 'a históricos'. No te gode.