lunes, 13 de mayo de 2024

15 años Sí es algo

Homenaje a Antonio Vega, en Madrid. El 12 de mayo de 2024 se cumplían 15 años de la muerte del Vega, parece menterio. Cierre de gira. Había que estar allí. Ome caro. La hora de comienzo del concierto estaba prevista para las 19 cero cero, más tarde que noche. Raro. Y con calor, el verano empieza asomar sus garras, con jota. El lugar elegido fue el auditorio del Palacio Municipal de IFEMA, escenario ideal, todos sentaditos en butacas numeradas, que ya no estamos para botar y, además, coincidía la cita con el escrotinio, con u, de las erecciones catalanas, con ele, y ahí sí que había que votar, sin uve. No empezó bien la cosa; en lugar de puertas abiertas a un año más, las puertas del recinto no se abrieron hasta pasados veinte minutos sobre las 19, seguramente haciendo un guiño a aquellos conciertos caóticos de Antonio de sus últimos años. Pero no hay mal que por bien no venga, porque durante la espera me dio tiempo a repasar el perfil del público asistente. Mucha cana, sin aire. Mucho calvo, claro. Mucho kilo, de más. Por momentos me sentí ubicado y desubicado a la vez. Nunca me había dado cuenta lo que pueden desunir las canciones del Vega. Para mi sorpresa, yo era el único que acudió a la noche del homenaje con camiseta de concierto, manga larga eso sí, mala elección, con erre, pero es que estaba comprada en el último concierto en el que vi a Antonio Vega en vivo, en la gira de Nacha Pop 80/07, hace diecisiete años sin IVA, y había que enfundársela. He de decir que triunfé con ella, los gestos de las caras anónimas daban a entender un reconocimiento implícito a la prenda, como un plus, una especie de pase vip. Para mí también fue una gran noticia poder ponérmela, no lo hacía desde el día que la compré, y la talla me venía todavía perfecta. Todos aguardábamos pacientemente a que abrieran las puertas del auditorio. Sin euforia. Nadie gritaba ‘menos policía y más sangría. Nadie se hacía fotos. Ni selfis. Seguramente por incompatibilidad de las pantallas con las dioptrías. Ni falta que hacía. En algunos corrillos apareció incluso algún veguista con bastón. Qué envidia, pensé abalanzarme a por él y tomar el bastón prestado en solidaridad por mi puta rodilla pero, como abriendo los mares, entonces apareció caminando Carlos Vega, como un espíritu de Antonio, con chupa de cuero roja y cara de Vega al vent. Y se me olvidó lo del bastón. Los ‘encargaos’ del concierto consideraron por fin como mejor opción abrir una puerta giratoria para dejar entrar a la masa. Y la puerta giratoria no giraba bien. Te cajas de ahorros la que se lio para entrar. Tras el atasco giratorio empezó el control de accesos. Ningún segurata nos pidió mostrar las entradas para dejarnos pasar; tampoco pidieron libro de familia, ni un cuestionario básico sobre El Penta, ni siquiera tararear los primeros versos de ‘chica de ayer’. Se ve que no teníamos cara de buscar ahorrarnos los 35 euros que costaba la entrada al patio de butacas. Una vez dentro surgieron las complicaciones habituales para encontrar la fila, el número del asiento, ‘perdona que os moleste’, ‘si me dejas, por favor’, ‘con permiso’, todo muy educado. ¡Con las que hemos liado…que estamos vivos de milagro! Una vez sentado en mi butaca, fila 9, asiento 9, de fondo sonaba música de la movida, el ‘alien divino’ de Coppini fue la primera, y me hizo meterme rápido en modo concierto para ‘no perder la manía de tener esperanza’. Había otra música de fondo, o de forma, un murmullo de la gente que se dejaba llevar, conversaciones de ida y vuelta centradas en la salud: ‘te veo muy bien de aspecto’, ‘el quiste me salió benigno’, ‘ya no tomo copas, me sientan fatal’, ‘se murió de repente, de repentitis’. El envoltorio del concierto era raro, salvo por los instrumentos del escenario, imponentes; te diría que incluso no parecía día de concierto, pero se respiraba aire de homenaje, de tarde grande. La intendencia era más bien escasa, no servían bebidas, ni siquiera cerveza sin; tampoco viagra con, ¿para qué?, ni tampoco pastillas para no dormir, ¿con quién? De repente se apagaron las luces. Desde el cielo sonó con claridad la voz de Antonio Vega, con su clásico: ‘hola chicos, gracias por venir’. Y acto seguido se abrió el concierto con la imperial ‘Lucha de gigantes’, brutal, me dieron ganas de llorar. Y lloré. La anónima que se sentaba a mi lado me miraba extrañada. Ella sin llorar, claro. Y a partir de ahí nos ametrallaron con casi todo el repertorio de éxitos del Vega, uno tras otro, a cañonazos. Unos iban directos al corazón. Otros pasaban antes por el estómago, y acababan en el corazón. Otros ni siquiera sabías de dónde venían y dónde chocaban en tus entrañas. El sonido era el de siempre, muy identificable, porque tocaba su banda de siempre. O los que quedaban. Con Basilio Martín al frente. Pedazo de crac. Por cierto, muy de agradecer la colaboración de todos los artistas que se unieron para participar en este homenaje, se les vio disfrutar como si fueran espectadores calvos y canos anónimos: Nacho Campillo, Shuarma, Annie B Sweet pero, sobre todo, gracias a don Teo Cardalda Gestoso, emocionante en cada aparición por el escenario, su ‘háblame a los ojos’, y su ‘décima de segundo’, me los llevo a los más jondo de mi veguismo convicto y confeso. Por cierto, al concierto fui solo. Y doy gracias, porque pude llorar a gusto. Por ti, Antonio. SiempreVega. 15 años sí es algo. PD.: Hay algo más, recuérdame, que hay que ordenar la habitación.