Y no se me ocurre mejor manera para conseguir evitar lo
inevitable que sumergirme en las carnosas nubes de los articuentos, más si se leen mientras te tuestas por el día y te
cueces por la noche. En verano, mayormente.
Y
también me gustan mucho los diarios. Ya
sabes, ese género literario que relata los pormenores de vidas vividas de
manera especial, pero contadas en forma de relación histórica de lo que ha ido
sucediendo todos los días.
Porque
a nadie se le ocurriría publicar un diario de monotonías, ¿verdad? Sobre todo porque
es muy difícil contar los días cuando todos se parecen. Unos, dos, tres, nueve, quince, y así hasta sesenta y nueve. De ahí que casi todos los
modernos blogs naufraguen en tormentas de redundancia.
Pero cuando más me gustan los diarios es cuando no se escriben a diario, sino muchos días
después de lo sucedido. Así el autor se convierte en un ser escasamente moderado,
obligatoriamente desmemoriado y sin conciencia real de lo sucedido.
Así
el autor se transforma, gracias al olvido, en intérprete de su propia vida,
como si representara un papel de ficción, pero de sucesos que le suenan muy reales.
Si
tengo tiempo y ganas, cuando pasen unos cuantos años, escribiré lo bien que me lo pasé
en las vacaciones del mes de agosto de 2012.
De momento me voy a la playa a tostarme al sol y a remojar las ideas ayudado por el bosón de Higgs.
De momento me voy a la playa a tostarme al sol y a remojar las ideas ayudado por el bosón de Higgs.
Que paséis buenas vacaciones. Y tú que lo cuentes. Y recíprocamente y viceversa.
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