sábado, 28 de septiembre de 2013

Mis cardinales (26)

Ella vive en todo el mundo. Él ve el mundo por la tele. Es el dormilón, de Iván Ferreiro. Y sueña con soñar lo que ella sueña.

Y así no acaba la historia. La historia sigue, o debería seguir, más o menos así:

Ella vive en el cielo. Él repugna el cielo desde el infierno.

Ella besa con besos de hombre. Él se muere por sus besos.

Ella envejece. Él ve cómo le dejan las cosas.

Ella pasa la tarde leyendo. Él lee sin leer.

Ella cree que la cara es el espejo del alma. Él cree que el culo está en el alma.

Ella hace un viaje para olvidar una pena. Él cambia de piso para cambiar de vida.

Ella va a fiestas donde no se festeja nada. Él celebra la costumbre.

A ella le gustan las novelas sin narrador, como a Flaubert. A él le gustan las novelas subjetivas, como a Proust.

Ella tiene buena memoria, y se acuerda también de lo malo. Él tiene mala memoria, y se acuerda sólo de lo bueno.

Ella cree que vivir es ver volver. A él le gustan los 3 infinitivos juntos.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Luz Casal, al filo de un cuchillo

Asombra ver tan entera a Luz Casal en esta hora en la que Kafka decía que estábamos acechados por el riesgo de despertar.
Cuando se sienta, parece que lucha aún contra ese instante que uno intuye, además, abrumado por la memoria de la salud, que en los últimos años ha sido asunto importante de su cuerpo y de su mente. Llega, sus ojos grandes como asombrados, casi aérea, parece que atraviesa la casa para seguir volando como les pasa a las mujeres en las novelas de Gabriel García Márquez.
Pero no, Luz Casal es ella misma desde que pide un té y habla. Lo hace con su acento peculiar, en el que entran los dejes del idioma y los dejes de la boca. Su semblante acaba siendo concentrado y estricto, como si estuviera pilotando un trans­atlántico en el que va sola con Paco Pérez Bryan, su compañero. En el timón, no cabe duda de que esta mujer superó tormentas. Pero, como dice, “yo estoy cómoda en el filo de un cuchillo”.
Todo le sirve con tal de seguir con su metáfora. La infancia, el dolor, y también los sonidos de la vida, lo que hay alrededor, lo que viene. Su música siempre fue un diluvio; ahora esa lluvia le viene de adentro. A Pablo Neruda le llegaban los poemas por el mar, eran restos de naufragios, maderas carcomidas por el tiempo; a Luz Casal le vienen del interior: ella está ahí, en el timón, recibiendo poesía, adaptándola a una de las voces más peculiares de Europa. Una asturiana enrazada con Galicia o viceversa.
Al final, cuando te vas de la casa, suenan canciones de su último disco (saldrá en noviembre; en España, con la discográfica Parlophone, se llamaráAlmas gemelas, y en el resto del mundo, Alma). Con lo que ha venido diciendo su música se puede hacer la autobiografía. Ella está de acuerdo. Todas las canciones, también las que son letras ajenas, “responden a un impulso”, entran en su propia vida, no son un postizo en los discos. Nunca. “Todas están elegidas por una emoción”. Y todas se acoplan en su voz como si ella misma las hubiera necesitado “para respirar”. A veces es una casualidad. “La canción No me importa nada me vino de otro, estaba a punto de terminar la grabación del disco. Y mira cómo se ha integrado en mi vida”.
A medida que han pasado los años, la rockera se hizo más íntima, más esencial, y ahora, en este nuevo trabajo, por ejemplo, asoma “todo lo que me está pasando”. “Siempre estoy como entre dos mundos, el real y el onírico, el profesional y el privado, todo unido”. Ahora ya le preguntan poco por su salud, porque ese trago ya se pasó, pero ahí está Vida tóxica como testimonio de lo que sucedía en la parte de acá de la pesadilla, cuando la inspiración viene de un dolor concreto. En este nuevo disco hay diecisiete canciones; canta en italiano, en portugués, en francés, en español. La chica de Boimorto es ahora Luz de todas partes. En Francia, por ejemplo, la condecoran como si fuera suya y la van a oír como si acudieran a escuchar a Vinícius de Moraes disfrazado de Rimbaud.
Tantos idiomas… “Bueno, como me expreso con cierta dificultad, cuando hablo lo hago mal en todas las lenguas; lo tengo muy claro en mi cabeza, pero creo que cuento mejor las cosas cantando que hablando”. Y añade:
–Analizándome fríamente, yo sé que podría ser mucho más impactante si ordenara mis pensamientos.
Te mira con tanta intensidad, sus ojos están tan presentes en la conversación, que parecería que Luz Casal habla así porque habla con los ojos. Quiero saber si es un inconveniente.
–Yo lo considero así porque hay veces que me cuesta hacerme entender, me cuesta tiempo.
–Pero eso ha pasado a formar parte de su ritmo. Luz Casal es así y no echamos de menos a otra.
– Sí, pero uno conoce sus dificultades. Me encantaría tener más fluidez, concretar más, ser más precisa. Por eso empiezo a divagar. Lo que no me gusta, sí lo digo de manera contundente. Puede ser el carácter gallego. Pero no lo tengo claro.
Puede ser el carácter de Luz Casal, que naturalmente divaga, es una barca moviéndose con ella, quizá. En el escenario es así, solitaria, cantando también hacia adentro. Íntima. “Pero sin público no sería yo, podría parecer que hablo sola. Necesito al público… Nunca dejaré la música, nunca, hasta el último suspiro; pero siempre necesitaré al público”.
Hay una canción en este disco que te pone los pelos de punta. Se llamaElla y yo, y Luz la cuenta. “Empieza siendo como la relación que yo entablo con la enfermedad, como si la enfermedad fuera alguien. Luego desemboca en una historia que va más allá, que puede ser perfectamente la de una amistad entre dos personas, y aún va más lejos: que puede ser una historia de amor”. La ambigüedad que la marca es quizá reflejo de la cantidad de poesía que hay en ella cuando se pone a escribir de lo que pasa. “Escucho una canción, una voz, y caigo rendida. Sé pillar el momento”. Ese instante la encuentra trabajando, seguramente. Luego cantar es su naturaleza; la espontaneidad es su marca, viene de la niñez.
“Y de la niñez viene también cierto carácter defensivo. Todos estamos marcados de manera increíble por la infancia. Esa crianza me hace explicarme mucho, y cuando canto canciones de otros me veo dando muchas explicaciones, cuando lo que tengo que decir es que si no me siento impactada soy la peor cantante del mundo. Así que canto lo que me emociona. Y punto”. Y como eso es así, cuando entra en el escenario, con lo ajeno o con lo suyo, “es como si entrara en mi casa”.
Sigue teniendo miedo, o responsabilidad; la vida pesa, la rockera ya no es aquella niña. “Pero tengo ilusión y veo que todavía me falta muchísimo camino. Cuanto más escarbo, más me doy cuenta de todo lo que me estoy perdiendo o me he perdido y quiero bucear en ello, quiero estar en el presente de lo que hay en la música. Quiero conocer el pasado inmediato, ir a las fuentes… Lo que sucede nunca está aislado”. Aquí hay rock, otra vez; canta a Carlos Lencero, “que era un grandísimo amigo que compuso para el mundo flamenco. De todo lo que hay en el nuevo disco es lo que tiene más contundencia rockera en cuanto a sonidos y a composición”.
Es una devoción que no ha disminuido. El rock. Siempre ha ido con ella al escenario. Y ella misma se sigue moviendo por ese fetiche del ritmo que hizo viajar a su generación, hacia dentro y hacia fuera. Durante un tiempo fue la fan Luz y luego fue la rockera Luz Casal; su poética viene de ahí. Ahora es una profesional, “porque no serlo sería para tirarme a los leones. No entiendo mi trabajo no siendo profesional. Es una cuestión casi de educación”.
Convertir tu rabia en pan. Ese verso del nuevo disco es su pintura de este tiempo. Y este otro verso (que se arregla con un vaso de perdón) la lleva a los antiguos garitos, tan presentes en la historia de su música. “¡Siempre hay referencias a tomar copas en mis canciones, ja, ja, ja…! Y siempre un vaso conduce al perdón. La escribí pensando en la multitud de viajes que he hecho, ¡y cada dos por tres tomándome una copa, ja, ja, ja!”.
Siempre la autobiografía. ¿Y cuál sería la canción que la retrata mejor, Luz? “En términos de popularidad, Piensa en mí, y a nivel más personal,Entre recuerdos. Mi unión con mi padre, la pérdida de la inocencia, el recuerdo de la familia… Tengo mucho apego a mi familia y la veo poquísimo. A mi madre intento verla y hablo con ella todas las noches desde hace no sé cuántos años. Soy poco de mirar atrás, pero es porque tengo mi pasado guardado bajo cuarenta llaves. Pero me nutre y me sigue valiendo ese apego a los olores, a los sabores, a los paisajes”.
–¿Y cómo es la conversación ahora con su madre?
–Mi madre, Matilde, tiene 80 años. Ella cree que tiene veinte menos. Mi padre, José, murió en 1995. Ahora tengo la sensación de ser la guía de mi madre, pero es que me parece que siempre fue así. Ellos me dieron ejemplo de esfuerzo, me enseñaron el sentido imperioso de la palabra: lo que se dice, se cumple.
–Viaja mucho, Luz, ¿cómo ve ahora este país desde fuera?
–Un poquito más oscuro, por hablar con tonalidades pictóricas. Ante cualquier crisis, explico lo que pasa desde el yo. Cuando tengo conflictos, procuro apañarme, no quejarme. Es lo que creo que habría que hacer en España: poner nuestro esfuerzo en arreglar las cosas y no perder el tiempo. Desde que me puse enferma por primera vez, siento la necesidad de que no debo perder el tiempo, de que debo hacer un análisis de una situación de una forma favorable para no perderme la puesta de sol. Estar atenta a las cosas que la vida me pueda ofrecer; esos detalles te van a mejorar si eres sensible y no los desdeñas.
Una canción dice: Deberías saber el porqué de tus muchos fracasos. Ella prolonga la canción, golpeando con sus uñas la mesa de madera, el té frío, los ojos grandes diciendo: “Tú eres el responsable de tus fracasos, no me vayas a contar tus milongas como si yo tuviera algo que ver. No. Tú deberías saber por qué”.

Afirma que está en el mejor momento de su vida. “Cansada físicamente, sí, pero sabiendo que tengo recursos, por eso te digo que estoy cómoda en cualquier sitio. He sabido acomodarme, me siento de puta madre, sin miedos”. Ella se asienta, explica, en la palabra equilibrio, ese es su sostén. La rockera en su sitio, mirando como si quisiera hacer viajar a sus ojos. Cuando estuvo muy enferma, un admirador anónimo le envió naranjas cada día de su convalecencia. Ahora, cuando se ríe (¡y cómo se ríe Luz Casal!), parece que de aquello pasó un siglo. Pero nunca se olvidó de las naranjas.

sábado, 31 de agosto de 2013

María de Villota

domingo, 25 de agosto de 2013

Ensayo sobre las vacaciones

Ensayo sobre la ceguera no es exactamente un ensayo. Yo diría que se parece más a una novela sobre la oscuridad por la que nos guiamos las personas que no somos ciegas.

La ceguera que narra Saramago no es común; es blanca y luminosa. Y contagiosa. Y es curioso pero, mientras la lees, parece que los ojos fueran una especie de espejos vueltos hacia dentro con los que mostramos lo que negamos con la boca.

A mí me ha servido como colofón de mis vacaciones de verano, como la desembocadura del verano, en las que, dicho sea de paso, me he pillado unos buenos ciegos, pero vocacionales y saludables. Debe ser por el aire del mar, que vivifica.

Saramago ya está muerto, que es como estar ciego dos veces, pero afortunadamente nos ha dejado novelas como ésta, en la que basta cerrar fuerte los ojos para ver con claridad la realidad.


No te recomiendo que la leas, pero hay que estar muy ciego para no hacerlo.

viernes, 23 de agosto de 2013

Qué bonito

Qué bonito el mar, con sus pateras

Qué bonitas las viudas, a las que no se les ha muerto el marido

Qué bonita la hoja en blanco, si al fondo suena 'lucha de gigantes'

Qué bonito el veraneo, con sus descoloridos platos combinados

Qué bonito el cielo, cuando se te cae encima

Qué bonitas las inspiraciones, con sus espiraciones

Qué bonitos los recuerdos, sobre las cosas futuras

Qué bonitas las novelas, si se les quita el argumento

Qué bonitos los problemas de la gente sin problemas

Qué bonitos los impacientes, cuando se les echa el tiempo encima

Qué bonitos los contertulios de verano, si son el eco de tu alma

Qué bonito distinguir el que uno es del que uno piensa que es, del que uno quiere ser y, sobre todo, del que los demás piensan que es uno.


sábado, 13 de julio de 2013

Los 44 de Borin y un enganche

Vas a muerte con la vida. Vives en el mismo sitio de mi recreo. Tus amigos son la sombra que más calor te da. Haces cumbre con los pies en el suelo. Mezclas la física y la química con el güisqui con cocacola.

Tienes el corazón encima de los hombros. Nadie se arrepiente de haberte conocido. Nunca te vas cuando se te espera. No te gusta hacer trampas para ganar.

Por eso, cada vez que tu vida se cruza con la mía, como si se hubieran parado los relojes en la oscuridad, como si se hubieran blindado las puertas abiertas, te deseo muchas felicidades, y que cumplas muchos más, zorreras, al menos otros  tantos como yo.


SiempreVega

domingo, 30 de junio de 2013

Fórmula 44

Sigue siendo todo un caballero en edad de merecer, porque en su cabeza lucen más las ganas que las canas. Sigue siendo un cuarentón con alma, que le permite tener un especial sentido del sentir.

Por eso yo siempre le recuerdo vestido de paisano, o investido de traje. O decidido a decidir, sin mucho éxito. O decidido a vivir, con mucho éxito.

O hablando con la gente, sin que le entiendan. O cautivando a desconocidos, que no le necesitan entender.

O haciendo de militar, obedeciendo a su instinto. O haciendo de niño, con olor a felicidad.

Aunque muchas de las mejores veces le recuerdo bebiendo por afición, conmigo al lado, para pasar cada fin del mundo inadvertidos en noches de copas.

Y hoy, que ya casi sumamos un siglo entre los dos, celebro este especial cumple en el que 'la alegría y la tristeza viajan en el mismo tren', con doble ración de abrazos sin brazos.

Muchas felicidades, zorreras, y que cumplas muchos más, por lo menos otros tantos como yo. 

domingo, 16 de junio de 2013

A Begoña

Los vivos invaden los cuerpos de los otros vivos, incluso después de muertos. Viene a ser lo que comúnmente denominamos ‘cariño’, supongo. Y ese cariño es lo que yo siento ahora, a pesar de la muerte de Begoña, la madre de Toy y de Miki. Porque hay personas especiales, como ella, capaces de hacerte regalos en forma de cariño después de muertas.

A mí me parece que entre la noche del sábado 15 de junio y la mañana del domingo 16 hayan pasado muchos años. Casi tantos como los que conozco a la entrañable familia Martín Valdería, porque los buenos tiempos siempre dejan bonitos desperfectos cuando se pierden.

Por eso ahora me acuerdo de cosas tan estúpidamente maravillosas como las salchichas con vino al microondas, o el chiringo, o la celebración de la virgen del rocío en la iglesia de San Roque, la misma en la que se despedirá mañana Begoña de sus gentes.

Todos los que queremos tanto a esa familia tenemos metido en el cuerpo la pena, pero yo, aunque no los haya visto, no dejo de ver los ojos de luto de un gran amigo.


Mucho ánimo, y descansa en paz, querida Begoña

sábado, 15 de junio de 2013

Mis cardinales (25)

A veces uno intenta escribir algo de color rosa, pero le sale negro, porque es mucho más divertido. Y a cada palabra que añade, más negro se pone. Y más miedo te da divertirte con ello.

Otras veces te da por escribir algo de sexo sugerente, pero te sugieres a ti mismo no meterte en líos.  

Entonces escuchas una canción nueva. Sobre los buenos y los malos. Sobre los soles de invierno. Pero antes de darle al play de nuevo me pongo a leer alguna novela sobre las mil vidas que hay que vivir antes de morir.

Creo que cada vez me explico peor.

sábado, 8 de junio de 2013

No he vuelto

Hace tiempo que no tengo mucho tiempo para escribir, ni para no tener ganas de escribir. También hace tiempo que no cambio de empleo, ni de pasado mañana. Por eso sigo con mi pasaporte en regla, aunque en la foto sale un tipo que no se parece mucho a mí. Debe ser porque uno arrastra unas saludables inercias, que son puramente profesionales, y nada más. 

Pero en mi cara sigue destacando la irónica mueca torcida de siempre, aunque ahora cumple funciones de risa y de risa miedosa. Porque yo tampoco creo, como decía Umbral, que la cara sea el espejo del alma. El alma, si acaso, tiene que ser algo más íntimo, más elaborado. 

Por eso algunas tardes mando telegramas urgentes sin destinatario. Y otras mañanas me dedico a hojear una naranja, como si fuera un libro abierto. Entonces me vienen las ganas de exprimirme un zumo de güisqui de garrafón, y de abrumarme con preguntas sin respuesta. Pero lo que más me apetecería ahora es buscar un tugurio abierto a partir de la media noche.

Ahora me parece que terminar este post es casi tan estimulante como empezarlo. Bueno, os dejo, me voy a una fiesta donde no se festeja nada.